El conflicto


Cómo y por qué llegó el conflicto armado a Alejandría





La confrontación armada y la violencia que trajo consigo no llegaron de la nada a este municipio y menos por una causa ilógica del destino. Un repaso por la historia de la región permite entender, en alguna media, por qué apareció y cómo dejó esa estela de desgracias que nadie olvida.



Por Juan Gonzalo Betancur B.


Para muchos analistas, un antecedente lejano del conflicto armado en la región del Oriente antioqueño se ubica en los años 70 del siglo XX, a partir del conflicto social y político que generó la construcción de grandes proyectos de infraestructura.

Inicialmente, una parte importante del territorio que estaba dedicado a la agricultura en municipios de la subregión Embalses (donde se encuentra Alejandría) fue inundada para crear embalses destinados a la generación de energía. Esa situación llevó en algunas zonas al cambio de la vocación agrícola de muchos pobladores y al crecimiento de la actividad turística.

  

El documento “Oriente antioqueño: análisis de la conflictividad”, del Área de Paz, Desarrollo y Reconciliación del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud), explica:

“El Oriente antioqueño articula el sistema eléctrico y energético nacional: posee seis embalses y cinco centrales hidroeléctricas (Playas, Guatapé, San Carlos, Jaguas y Calderas) que generan el 29 % de la energía nacional y el 73 % del total departamental”.

Estos proyectos de infraestructura, ligados a otros que se enmarcan en una estrategia de modernización de toda la región del Oriente –tales como la carretera Medellín-Bogotá, la construcción del aeropuerto José María Córdova y el desarrollo industrial en la zona– “provocó desplazamientos y cambios socio-laborales en las comunidades campesinas de tradición agrícola y ganadera que trajeron para ella grandes traumatismos”, según el citado informe del Pnud.

El modelo que guió el diseño de estos megaproyectos, la exclusión de las comunidades frente a toma de muchas decisiones y el incumplimiento de acuerdos logrados para desarrollar acciones que permitieran mitigar los efectos de estas obras, produjeron una ola de malestar en muchos habitantes.

Eso los llevó a conformar el Movimiento Cívico del Oriente que trabajó en defensa de los derechos ciudadanos, la reivindicación social e ingresó a la escena política con candidatos a alcaldías y a concejos municipales.

“El Movimiento fue atacado con una guerra sucia que dejó una larga lista de sus integrantes asesinados. Por esa arremetida, el Movimiento fue debilitado y el ciclo de protestas terminó abruptamente con el asesinato del más importante dirigente cívico, Ramón Emilio Arcila, el candidato más opcionado en ese momento a la Alcaldía de Marinilla. Eso determinó el declive de la lucha de sus líderes y permitió que la clase política hegemónica continuara guiando los destinos del Oriente”, explica el documento mencionado del Pnud.



La presencia de la guerrilla  


Esa situación de descontento fue considerada por algunos grupos guerrilleros que ya operaban en la región como oportunidad para hacer su trabajo político. Así fue como empezaron a tener más presencia los actores armados.

A comienzos de la década de 1980 llegaron las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) con el Noveno Frente, el cual se ubicó inicialmente en los municipios de San Carlos y San Rafael, pero luego se extendió a San Luis, Cocorná, Concepción y Alejandría.

El Ejército de Liberación Nacional (Eln) apareció en la subregión Embalses con el Frente Carlos Alirio Buitrago a comienzos de la década de 1990. Aunque su presencia en la zona de Alejandría y municipios vecinos fue intensa, el mayor accionar militar lo tuvieron en los municipios de San Luis y Cocorná.

Las centrales hidroeléctricas, la red de torres de distribución de energía y la vía a Medellín-Bogotá fueron tres de los blancos principales de las acciones armadas de los grupos guerrilleros.

“Varios investigadores de la región refieren la construcción de los embalses como uno de los factores que motivó a las guerrillas de las Farc y el Eln a instalarse en esta región, debido, por una parte, a los prometedores ingresos de estos megaproyectos y, por otra, para defender a la población local de los atropellos cometidos contra ella”, afirma el documento del Pnud.

Esa presencia histórica de la guerrilla en la región llevó a que algunas personas se relacionaran de manera voluntaria con la insurgencia, en tanto que muchos otros se vieron obligados a ayudarle así fuera con cosas mínimas como alimentos o, cuando menos, a guardar silencio.

Eso fue lo que no les perdonaron los paramilitares cuando llegaron con sus ejércitos de muerte. Eso es lo que explica el ataque despiadado contra la población civil, a la que tildaban sin recelo como “guerrillera”.



La llegada de los paramilitares


El antecedente del paramilitarismo en el Oriente se ubica en 1994 con la presencia en las áreas urbanas de varios municipios de las Convivir, grupos de vigilancia privada autorizados por el Gobierno Nacional.

A partir de 1995, durante el mandato de Álvaro Uribe Vélez, la Gobernación de Antioquia apoyó de manera abierta la creación de estos grupos que, más tarde, serían el punto de partida para algunos grupos de autodefensa en diferentes partes del país.




“Esos esquemas de seguridad fueron luego la inspiración y base para la creación de los grupos paramilitares”, dice el informe del Pnud.

Y a renglón seguido anota: “En 1996, la dinámica de los grupos paramilitares tomó mayor fuerza en la región. Hicieron presencia inicialmente las Autodefensas Campesinas del Magdalena Medio, con el bloque José Luis Zuluaga y el bloque Metro. Más tarde apareció el bloque Cacique Nutibara, que combatió al bloque Metro hasta eliminarlo y ocupar su territorio”.

Algunos de estos grupos se ubicaron en la zona de Embalses y en jurisdicción de Alejandría se desarrolló parte del combate entre los bloques Nutibara y Metro, en medio de la población civil.

“Después de un enfrentamiento que ellos tuvieron, eso quedó en los caminos un reguero horrible de uniformes, morales, casquillos de bala y de otras cosas que tenían. Ese combate como que fue muy duro”, contó una persona de Alejandría.


De la periferia del conflicto, al epicentro del mismo


Aunque en todos esos años vivió episodios del conflicto armado, Alejandría no fue históricamente un territorio central ni en lo político ni en lo militar para todas las organizaciones armadas ilegales, por lo que el impacto inicial de su presencia no fue tan significativo como en otros sitios de la misma subregión.

Sin embargo, eso cambió en 1999 cuando la guerra llegó con fuerza a su territorio, resultado del escalamiento de las acciones bélicas en todo el Oriente por parte de todos los actores ilegales de la guerra.

“Al pueblo siempre lo llamaron Remanso de Paz, pero de pronto cayó en los remolinos de la guerra y la vida a todos nos cambió”, resume otro habitante de la localidad.

Pero, ¿por qué precisamente Alejandría? Por lo menos por tres razones.

1. La presencia histórica de la guerrilla, a la que los paramilitares querían erradicar a sangre y fuego (sin importar que quienes cayeran fueran principalmente población civil), tal y como hicieron en la región de Urabá en la primera parte de la década de 1990.

2. Por estar ubicada en una zona que es un corredor natural de paso entre las regiones del Oriente y el Nordeste antioqueño, otra región donde primero se había ubicado la guerrilla y luego el paramilitarismo.

Eso significaba la necesidad de controlar ese territorio, pues se volvió un corredor estratégico para la movilización entre dos regiones importantes dentro del conflicto armado.

3. Ser considerada una zona de “descanso” a la que eran enviados combatientes de otras regiones del departamento, debido a la amplia zona de bosques y montes que rodean los embalses, y por la tranquilidad de sus gentes.



Un verdadero huracán de tragedias


A mediados de 1999 se presentaron los primeros enfrentamientos en jurisdicción de Alejandría entre guerrilleros del Noveno Frente de las Farc y miembros de los grupos de autodefensa.

La situación produjo una fuerte alteración de la tranquilidad, tensión en todos los ámbitos de la comunidad y fue el comienzo de una cadena de graves violaciones a los derechos humanos.

El aumento de la confrontación armada llevó a que se presentaran asesinatos selectivos, intimidaciones a los pobladores, emboscadas, masacres, amenaza a candidatos en elecciones populares, desplazamientos forzados en forma masiva e individual, toma de carreteras, bloqueos alimentarios...

La táctica que desplegaron los violentos para posicionarse en el territorio fue la siguiente: la guerrilla, básicamente por medio de la intimidación, el reclutamiento forzado y la extorsión; y los paramilitares, utilizando el terror y la sevicia en todas las formas posibles.

Todo eso a la sombra de un Estado débil y una fuerza pública que, cuando menos, no tenía capacidad de reacción. Y cuando más, dejó actuar a los paramilitares o se alió con ellos.

“Las anteriores situaciones afectaron gravemente la dinámica social y económica del municipio, y el abastecimiento alimentario de las comunidades que además presentaban una mínima producción agrícola”, explica el documento referido.

Uno de los puntos más álgidos en Alejandría de esa disputa armada se presentó en 2001. En abril, unas 500 personas tuvieron que abandonar las veredas El Respaldo, San Lorenzo y San Miguel, y refugiarse en el casco urbano, debido a combates entre guerrilla y paramilitares del Bloque Metro, y a las presiones que esos grupos ejercieron sobre ellos.

En agosto, un nuevo enfrentamiento armado entre guerrilleros y paramilitares, esta vez en la vereda La Inmaculada, propició la salida de otras 520 personas tanto de ese sitio como de veredas adyacentes, igualmente hacia la cabecera municipal.

Todo eso desencadenó una verdadera crisis humanitaria: de acuerdo con datos de la Administración Municipal, para 1999 Alejandría tenía una población de 6.700 habitantes sumando la parte urbana y rural. En el momento más crítico del conflicto, en el año 2002, alrededor de 4.200 personas habían abandonado la localidad, es decir, el 62 % de los habitantes.





“En el área rural, La Inmaculada es la vereda donde más población se desplazó (496 personas), mientras que veredas como Remolino y San Antonio presentan las cifras más bajas de personas desplazadas. Por su parte, del área urbana se desplazaron 72 personas y llegaron provenientes de otras veredas o municipios cerca de 623 personas”, dice el documento Plan Contingencia Alejandría.

Los registros oficiales indican que hasta 2006 se reportaron 198 muertos y 19 desaparecidos (aunque en realidad podrían llegar a 26, solo que del resto no hay denuncias formales).




La situación empieza a cambiar


La realización de fuertes operativos de las Fuerzas Militares del Estado, como consecuencia de la puesta en marcha de la política de Seguridad Democrática por parte del Gobierno Nacional, sumada a la desmovilización de estructuras paramilitares a partir del año 2003, propició una disminución notable del conflicto armado en toda la región del Oriente.

Por ese motivo, en jurisdicción de Alejandría se redujeron casi a cero las muertes violentas en los años siguientes (entre 2007 y comienzos de 2013 no se presentó ni un solo caso) y empezó el retorno de quienes estaban en condición de desplazamiento.

Hasta 2014 habían regresado un poco más de 2.000 personas, pero se espera el retorno de más gente.

Debido a la llegada de personas, la Alcaldía tuvo que declarar en enero de 2013 la “urgencia manifiesta”, una medida administrativa especial que le permitiera tener el marco legal propicio para acomodar el presupuesto a la atención de esa población que volvía.

“Las cifras oficiales en el Registro Único de Población Desplazada revisadas a diciembre 31 de 2011 muestran 3.019 personas expulsadas de la localidad, correspondientes a 703 hogares; por otro lado, a la misma fecha aparece registrada la recepción de 2.063 personas y 464 familias”, dice el documento Plan Contingencia Alejandría.




El municipio hoy


La población total se calcula hoy en unos 4.400 habitantes. Los registros actuales indican que el municipio tiene un total de 3.700 personas que se declararon víctimas del conflicto armado. Eso equivale al 55% de los habitantes que tuvo el pueblo en su momento de mayor población.

Sin embargo, debido a la magnitud de la violencia, a la ocurrencia de casos en casi toda la jurisdicción, al terror generalizado que despertaron las prácticas de miedo y muerte que utilizaron los violentos, no es exagerado decir que absolutamente toda esta comarca fue víctima de esa cruda confrontación.

Hoy, el pueblo y sus campos volvieron a ser remansos de paz, como en otra época se pregonaba con orgullo. Con solo llegar al casco urbano se respira un ambiente de tranquilidad que hace muy acogedor a este pequeño municipio. Ello ha propiciado un clima de esperanza y un deseo de progreso que se siente.

A pesar de eso, los dolores que dejó la confrontación no se olvidan y, poco a poco, para unos más que para otros, las heridas que dejaron tantas tragedias juntas empiezan a cicatrizar.



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