En la época en que las autodefensas tomaron el pueblo y lo controlaron casi por completo, comenzaron situaciones muy complejas para algunas familias; por ejemplo, cuando esos hombres se enamoraban de alguna mujer. Una madre de familia –cuyo nombre se guarda por petición suya– relata un caso de ese tipo.
“Mi sobrina era bien avispada [inteligente] y muy
bonita. Llegaba del colegio, se paraba en el balcón y esos grupos
[paramilitares] ya estaban metidos en el pueblo. Le decían que bajara para que
hablaran o veían al hermanito y le decían dizque: ‘Ay, vení, vení llevale
saludes a tu hermanita, decile que cuándo vamos a salir para que nos tomemos un
fresquito’.
Ellos se ponían a bailar en una heladería que había
al frente de mi casa y desde allá eran convidando a las mujeres y si no iban a
bailar, les chocaba. Tenía que estar uno con la muchacha: ‘¡Ve, entrate, no le
parés bolas a fulano, no te dejés ver de esa gente!’. Ellos las convidaban y
las convidaban. Hubo niñas que las sacaron así y de esa manera fue como las
mataron: estuvieron bailando con ellas y luego les pasaba alguna cosa.
Por ejemplo, lo que le pasó a las mellizas fue a
las cinco de la mañana. Recuerdo que de pronto nos dijeron que habían mataron a
una melliza. La mamá de ellas estaba llorando y decía: ‘Ay, mis muchachas’. Era
de cabello largo tirado para un lado. Cuando la vi muerta estaba en la camita
acostada y el pelo le caía al piso… le dieron en la cabeza.
Eso pasó en la casa de ella y por eso fuimos ahí
mismo. Vivía en una faldita arriba de mi casa. Yo dije: ‘Cómo así que mataron
esa niña, venga vamos’, pero mi esposo me decía: ‘No vaya por allá’. Y yo: ‘Ah,
yo sí voy’. Es que siempre me iba a ver esos muertos y a ver el levantamiento.
Nos fuimos a mirarla y nos van diciendo que la otra
estaba muerta por allá tirada. Resulta que dejaron una en la casa y a la otra
se la llevaron. Cuando vimos de la carretera para abajo, estaba tirada en un rastrojo,
el pelito corría por esa manga.
No se sabe por qué las mataron, dicen que a la niña
que estaba por allá tirada la habían violado. Ella tenía abierto el cierre del
pantalón y estaba toda mal vestidita. La de la cama estaba ahí con la ropita.
Nosotras vimos cuando hicieron el levantamiento y dañaron como la luz, porque
no tenían, fuimos y alumbramos con linternas. La casa era muy oscura, entramos
y ella estaba cobijada ahí.
No sabemos si hubo más casos así. Yo sé que mataron
niñas, jovencitas, no solo en Alejandría sino también en La Concha [municipio
de Concepción], otro pueblito vecino.
Los paramilitares eran más que todo jóvenes.
Llegaban jefes viejos y conquistaban a mucho muchacho, a jovencitos del pueblo
que se metían: muchos pelaos de Alejandría mismo terminaron siendo
paramilitares”.
En el bando contrario
“Había un ahijado mío que era guerrillero, pero nosotros nunca supimos que ese muchacho pertenecía a ese grupo ni teníamos ni idea de las cosas que hacía. Él se mantenía convidando a mi hija a salir, pero ella nunca aceptó. Yo incluso le lavé ropa común y corriente que me llevaba. Nunca llevó prendas sucias así como para decir que venía del monte. De pronto ensangrentadas, sí.
Nos dimos cuenta al tiempo porque un muchacho me
dijo: “Ese hace por ahí más de cinco meses que está metido en la guerrilla”. Entonces
le respondí: ‘¡No me digás; cuando pase, no le paremos bolas’. Mi hija me decía:
‘Ma’ por ahí está él’. Yo le contestaba que no se dejara ver de ese muchacho porque
se entraba a la casa y seguro nos metíamos en un problema con los paracos.
Mientras él estuvo en el pueblo nunca se dejó ver
de los paramilitares. Mi esposo me decía: ‘Hoy estuvo por allá, está todo peludo,
todo barbado, todo raro’. Resulta que arrimaba por ahí a saludar a mi esposo:
lo saludaba desde afuerita, pero volvía y se iba.
Cuando estábamos viviendo en Medellín fue que nos
dijeron que lo habían matado cerca de Alejandría. Él nunca volvió porque lo
desterraron del pueblo. Lo mataron en una vereda llamada San Pedro. A mí me
tocó ir al entierro en el municipio de Bello porque allá estaba viviendo la
mamá”.
Mejor irse…
“Decidimos irme para Medellín cuando los paramilitares empezaron a conquistar a la sobrina mía. El padre de la iglesia fue uno que me aconsejó, me dijo: ‘Váyase, bregue a irse de una vez’.
Nosotros habíamos comprado una casita en Medellín
con segunda intención. Mi esposo decía: ‘Yo me jubilo y me voy de acá, pero
primero hago una casita en Medellín. Nosotros de aquí no podemos irnos sin
saber en dónde nos vamos a meter’. Él compró la casita en julio y en diciembre
nos fuimos del pueblo, aprovechando que mi hija estaba ya en la ciudad hacía
más de un año.
Para mí fue algo muy duro haber tenido que dejar el
pueblo. Todos me decían: ‘No te vas, no nos olvidés’. Y yo les contestaba: ‘Yo
sigo volviendo, aquí tengo mi casa’. No me llevé todas las cosas, nosotros
amoblamos la casa en Medellín y dejamos mucha cosa en Alejandría.
Cuando nos fuimos, los paramilitares empezaron a
preguntarle a mucha gente las razones de nuestra partida. A nosotros siempre
nos dio miedo pues si se daban cuenta que la gente se iba huyendo de ellos,
también a lo mejor nos perseguían”.
Testimonio entregado en mayo
de 2014
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