Lo que le pasó a la familia de María del Socorro Calderón Morales refleja también lo que le sucedió a decenas de personas en los momentos más aciagos de la vida del municipio.
Fueron víctimas del asesinato y la desaparición forzada, el robo, la intimidación, una falsa información, el desplazamiento forzado… padeció además del bloqueo en las vías y los intentos de utilización de un hijo por parte de dos grupos armados.
“A mi
esposo lo mataron el miércoles 3 de mayo del 2000. Ese día asesinaron a cuatro:
tiraron dos al río y quedaron otros dos en la carretera. A esos dos los
paramilitares no los dejaban sacar de allá, de la vereda El Respaldo, y al que intentara
salir lo mataban. Los muertos permanecieron tres días en la carretera.
Yo me
quedé esos tres días sola en la finca porque gracias a Dios no tenía a mis hijos
allá, si no me los hubieran matado. Yo tenía a tres de mis hijos en Medellín y
a los otros dos estudiando acá en Alejandría”.
Una confusión
“Por mi
esposo no iban, iban por otra persona, por un hermano de él. Los paramilitares
fueron por el hermano de mi esposo a la casa. La primera vez que llegaron él no
estaba, entonces le preguntaron a una de las hijas que dónde se encontraba. Ella
les dijo que él estaba en Mangalarga con las otras hijas y la señora, y que en
la casa solo estaba ella y muchos niños chiquitos.
Los
paramilitares se devolvieron, pero el comandante les dijo que regresaran por mi
cuñado. Así fue, volvieron todos bravos, cogieron a la muchacha, la obligaron a
arrodillarse y le pusieron un revólver en la cabeza para que dijera la verdad.
Ella les dijo que no la mataran, que el papá no había hecho nada.
El
problema comenzó porque supuestamente allá llegaba la guerrilla y las nueve
hijas de él se ennoviaban con ellos, como dicen las viejitas. Allá se quedaban
varios días y una de las hijas se unió a ese grupo armado.
La
muchacha les dijo: “Mi papá no tiene ninguna hija en la guerrilla, ni la
guerrilla está acá, es otro señor”. Ahí mismo arrancaron por él.
De
subida, muertos de rabia, agarraron a mi esposo, lo amarraron y lo subieron a
mi casa porque él estaba haciendo una vueltecita abajo. Le decían “perro” y le
daban con la peinilla del machete en la espalda. “Que con las hijas durmiendo
con los guerrilleros y dándoles gallinas…”, le gritaban.
Mi
esposo trataba de defenderse y les decía: “Vea, yo solo tengo una hija mujer y
cuatro hombres; mi hija no vive con nosotros, ella vive en Medellín y nunca ha
tenido contactos con la guerrilla”.
Nosotros
en ese momento estábamos jóvenes, teníamos en Medellín al hijo mayor, a la hija
y al cuarto muchacho; los otros dos estaban aquí estudiando en el pueblo. Nosotros
estábamos solos en la finca.
Ellos
le daban y le daban a mi esposo, entonces lo mandaron a coger unas cosas porque
además de que se lo llevaron, también nos robaron: nos quitaron el mercado, las
alhajas, la plata, el televisor… se llevaron mucha cosa”.
Un camino de muerte
“A mi
esposo se lo llevaron para la carretera y lo sentaron un rato mientras recogían
a los otros. Luego los mataron a todos. A él lo tiraron al río y en este
momento está desaparecido.
El
viernes siguiente a la muerte de mi marido, por la tarde, bajó una señora que
trabajaba en el teléfono de la vereda y me dijo:
-
Socorrito,
¿usted quiere irse para el pueblo?
-
Si
hubiera forma de irme… pero cómo me voy a ir, viendo que no dejan pasar, ¡me
matan! –le respondí.
-
No
Socorrito, es que viene una volqueta por los muertos, si usted quiere se puede
ir ahí. –Yo ahí mismo arranqué.
Yo
llevaba desde el miércoles sin bañarme ni cambiarme. Estaba toda despelucada
porque tenía el pelo sin motilar. Yo era como volando, a mí no me importaba
nada, era como en otro mundo.
A mí no
me importó con tal de que me sacaran de allá porque mi hijo me llamaba desde el
pueblo y me decía: “¡Mamacita, si usted no se viene yo me voy a ir por usted!”
Él se había
venido de Medellín para Alejandría a esperarme, pero del pueblo no me lo
dejaron pasar. Entonces yo le dije: “Yo me voy”, porque sabía que si mi hijo
venía a buscarme, lo mataban.
Me
monté en el volco con los muertos,
que ya estaban podridos, y eso más me enfermó...”
Jamás hubo interés en la venganza
“Los
paramilitares nunca me dieron la razón por la cual mataron a mi esposo, pues
ellos traían una lista y según eso mataban a este o al otro: llegaban de una y
les iban dando.
Por
ejemplo, cuando sucedió lo de mi esposo, yo lloraba suplicándoles que no lo
mataran, que él no tenía contactos con la guerrilla ni con nadie; era la verdad,
nosotros éramos muy sanos en la vereda. La guerrilla sí iba porque uno sabía a
qué partes llegaban, pero escasamente mataron a dos personas, la guerrilla
nunca nos hizo nada a nosotros en particular.
Bueno, ya
me quedé en el pueblo como un año. En ese entonces uno de mis hijos sacó grados,
en el 2001. Él comenzó a trabajar con un señor que hace casas, un oficial de
construcción. Una vez se fueron para una vereda a hacer una construcción y apareció
la guerrilla en donde estaban. Uno de los guerrilleros, que no era de la vereda
pero nos distinguía, le dijo: “Vámonos para el monte a vengar la muerte de su
papá y nos enfrentamos con esos perros”.
Mi hijo
les respondió que no y que no, que qué se ganaba él, entonces le contestaron: “Mañana
volvemos a ver qué ha pensado”.
Al otro
día aparecieron los mismos guerrilleros. En esa ocasión yo me había ido con mi
hijo y el oficial a hacerles de comer. En ese entonces la vereda El Respaldo estaba
muy caliente, muy peligrosa, porque en toda esa zona estaban matando a mucha
gente. Cuando empezaron a hablar, esos señores le dijeron: “Esta es la segunda
vez que venimos, piénselo: se va con nosotros o lo pelamos a usted”.
Mi hijo
y el oficial se fueron para mi casa. Yo en ese momento estaba descargando las
vasijas cuando llegaron a la carrera y mi hijo me comentó:
-
Mami,
arregle que nos vamos.
-
¿Para
dónde? –le pregunté.
-
Para
el pueblo.
-
¿Y
por qué?
-
Esa
gente viene y me van a matar…
-
Vámonos
–le contesté.
Ahí mismo
arrancamos por esa carretera. Eso es muy lejos, son cuatro horas de camino a
pie.
Cuando
llegamos al pueblo me di cuenta de que los paracos comenzaron a decirle a mi
hijo menor que fuera a hacerles mandados. Él les respondía que no, entonces
ellos le dijeron: “Haga mandados o le damos una maderiada”. A raíz de aquella situación tuvimos que mantener a los
niños encerrados.
Diez años fuera del municipio
Un día
le dijeron a mi hija en Medellín que el papá estaba en tal parte, que estaba
herido, entonces se vino para el pueblo y nos fuimos a buscarlo. Lo buscamos el
lunes, el martes, cuando al miércoles, que volvimos a salir, una señora me
dijo: “Socorro, ¿usted qué está haciendo por aquí?, a usted la están buscando para
matarla con hijos y todo”. Ahí mismo me vine a la carrera.
Hablé
con los profesores para sacar a mis muchachos del colegio y ellos me dijeron:
“No doña Socorro, váyase para Medellín o para donde usted quiera, pero váyase
que la matan. Hágale tranquila que nosotros le mandamos los papeles para sus
hijos”.
Así
sucedió. Yo me fui, me encerré en la casa con mis hijos y al otro día madrugué.
Ahí fue cuando me desplacé para Medellín. Eso ocurrió como en el 2002 y me
quedé allá hasta el 2012 que ya me devolví para Alejandría. Regresé sola porque
mis hijos ya tenían su casa y su trabajo allá en la ciudad”.
Testimonio entregado en junio de 2014
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